Los miembros de Cafh participamos en la consecución de la obra de Cafh con el cuerpo físico,
el intelecto, con nuestros afectos y con el espíritu.
Participamos con el cuerpo físico, pues para colaborar en la realización de la obra de Cafh en la
tierra ponemos a trabajar cerebros, manos, ojos y todo lo que poseemos física y
magnéticamente.
Participamos con nuestro intelecto, pues estudiamos y ponemos la capacidad intelectual y
creativa a disposición de la realización y vivencia de la enseñanza de Cafh, cuidando de que
ésta no se desvirtúe.
Participamos con nuestros afectos al observarlos, al conocerlos tal cual son y abocarnos a
expandirlos para actuar, comprender y sentir de manera más inclusiva y participativa.
Nuestro lema como miembros de Cafh es: Hacer de la materia mente y de la mente materia. Es
decir, hacer del usufructo de la vida y los bienes materiales, conocimiento, comprensión y
amor; hacer del conocimiento, comprensión y amor, bienes materiales, adelanto y bienestar
para nosotros mismos y para la sociedad.
Participamos con el espíritu pues sin especular sobre los atributos de Dios, le ofrendamos
incondicionalmente todo nuestro amor y nuestro compromiso de responder a su llamado.
Cafh pone a nuestra disposición medios idóneos para que llevemos a cabo nuestro destino de
unión con Dios y, por ende, participemos en llevar a cabo la obra de Cafh sobre la tierra: la
práctica de la Mística del Corazón y el ejercicio continuado de la Ascética de la Renuncia.
La práctica de la Mística del Corazón y el ejercicio continuado de la Ascética de la Renuncia
dan como resultado en los miembros de Cafh la reserva de sus energías, orientada hacia el bien
común. Esta reserva de energía, a su vez, nos permite practicar la economía providencial, vivir
en forma saludable, desarrollar el conocimiento de lo divino y hacernos acreedores al don de
consejo.
La práctica de la Economía Providencial nos capacita para contribuir al sostenimiento y
expansión de las obras de Cafh y para ayudar a aliviar las necesidades que acucian a los seres
humanos. Dentro del conjunto de necesidades, el aspecto económico es muy importante para el
desarrollo humano ya que necesitamos dos panes diarios: pan material y pan espiritual. La
desnutrición infantil, la explotación de los más débiles, la falta de oportunidades respecto de la
educación y la salud, además de significar un gran e inmerecido sufrimiento, impiden que las
personas puedan abocarse al desenvolvimiento de la vida espiritual. Como si esto fuera poco,
las situaciones de injusticia desarrollan violencia y agresividad, condiciones totalmente
opuestas al fin de unión con lo divino. Es por esto que trabajar para ocupar un lugar y no dos en
la sociedad cobra un valor incalculable ya que concretamos en hechos lo que entendemos
intelectualmente.
Las prácticas saludables de vida multiplican nuestras energías las cuales, reservadas y
aplicadas positivamente, aumentan el caudal de fuerzas magnéticas que trasmitimos a los
enfermos como salud y bienestar. El abuso de la salud a través de prácticas nocivas produce
sufrimiento, pérdida de productividad, envejecimiento y aun muerte prematura. Un ser humano
sano y fuerte es un buen augurio para el futuro y una base firme para dedicarse a la vida
espiritual y ayudar a nuestros semejantes.
El conocimiento de lo divino nos llega a través de la aplicación en la vida diaria de las prácticas
ascéticas y místicas. En la medida en que reservamos energía y llevamos una vida productiva,
de estudio, de oración y orientada hacia el bien, en esa medida nos imbuimos del conocimiento
de Dios.
El don de consejo nos llega en la medida en que el conocimiento de Dios se afianza en nuestra
alma y el don de la fe ilumina nuestro entendimiento. Así ampliamos nuestra visión de la vida y
paulatinamente comprendemos tanto qué genera oscuridad y dolor como qué hacer para vivir
con provecho.
Dicen que la fe es una luz que encendemos no para mirarla, sino para ver lo que ella ilumina.
Según cómo viva, el ser humano más simple puede en ocasiones dar buen consejo al más
letrado y viceversa. El don de consejo se relaciona con el conocimiento de lo divino y la fe que
ilumina nuestro entendimiento; el saber intelectual es condición necesaria que ayuda pero que
no es suficiente.
Para realizar las obras que el desenvolvimiento de la humanidad exige hacen falta seres
humanos sanos físicamente, fuertes emotivamente, creadores intelectualmente y egoentes
espiritualmente; todo lo demás vendrá por añadidura.
Todo lo necesario para resolver los problemas que nos aquejan individual y colectivamente se
pone sistemáticamente a nuestro alcance si buscamos en el conocimiento de nosotros mismos
tanto la raíz de los problemas como las soluciones.
Nuestra participación a la Gran Obra es realizar para el mundo este milagro de descubrir
posibilidades y generar recursos para encontrar soluciones. Con la práctica de la Ascética de la
Renuncia y la vivencia de la Mística del Corazón trabajamos para el bien de la humanidad y
participamos en la misión de la Divina Encarnación a venir.